Cuando me enamoré de la joven viuda que ahora es mi novia, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Además de haber encontrado a la esposa de mis sueños, venía con tres hijos estupendos. ¡una familia completa! Quizá mi enfoque no era muy realista, pero el hecho es que ganarme el amor y respeto de los niños no me ha resultado tan fácil como esperaba. ¿Tienen algún consejo para este papá atribulado?
No eres el único. Cuando un papá o una mamá vuelven a casarse, no suele salir todo a pedir de boca desde el principio. Labrar fuertes lazos afectivos con los miembros de una nueva familia lleva tiempo y mucho amor. Es normal que los niños mayores se resientan con el nuevo cónyuge. Para ellos nadie podría jamás tomar el lugar del padre o madre ausente. Puede que a los más pequeños también les cueste tener que compartir el afecto de su padre o su madre con el recién llegado. Muchos padrastros y madrastras cometen el error de sentirse dolidos, ofuscarse, desanimarse y distanciarse de los niños. Esfuérzate por hacer a un lado toda susceptibilidad. Aunque mucho depende de la edad y madurez de los niños, a continuación te brindamos algunas pautas que han dado buen resultado a otras personas en tu situación. Comunícate. La comunicación franca y sincera es el primer paso. Si resulta evidente que solamente uno o dos de los niños no están felices con la nueva situación, probablemente lo mejor será conversar con ellos por separado sobre los conflictos que los perturban y sus posibles soluciones. Es un buen momento para hacer case de la exhortación bíblica de ser «pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse» (Santiago 1:19). Una vez que cada uno de los niños haya tenido ocasión de expresar cómo se siente y tú hayas establecido un clima de confianza, tal vez convenga tener una reunion informal con todos. La ocasión puede ser una comida especial, en la que cada uno explique cómo se siente con la nueva familia y qué cambios o mejoras le gustaría que hubiera. Dedícales tiempo. La mejor inversión que puedes hacer en tu nueva familia es dedicarle tiempo; y una de las mejores formas de empezar es hacer caso de algunos de los «cambios y mejoras» que te propongan,siempre que sean prudenciales y viables. Ora. Los niños necesitan tiempo para adaptarse. Puede que tarden una temporada en superar ciertas actitudes negativas. Pide al Señor que te dote comprensión y de un amor profundo y sincero por los demás, así como también que los ayude a cambiar en lo que sea necesario para que los demás gocen de felicidad y bienestar. Tomado del revista Conectate. Usado con permiso.
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En determinadas situaciones y circunstancias es inevitable que los padres se sientan agobiados. El bebé llora, la niña de ocho años no quiere hacer sus deberes, la música del chico de catorce hace temblar la casa, el de dos añitos se hizo pis en los pantalones y los invitados a cenar van a llegar en cualquier momento. Uno se siente exigido al máximo.
Todos tenemos días así. Tu caso no es único. Y no es preciso que hagas frente a la situación a solas: Jesús está contigo. Ten fe. Él te entiende y quiere darte ánimo y soluciones. Si tienes oportunidad, procura conversar con alguien, tal vez con tu cónyuge o con una amiga; puede contribuir a serenarte y hacerte ver las cosas desde otra perspectiva. Hagas lo que hagas, no te dejes vencer por el sentimiento de fracaso. Eleva una plegaria y pide a Jesús que te conceda fuerzas y gracia en ese preciso momento, y Él lo hará. Ruégale que te ayude a ver a tus hijos como Él los ve, que te abra una ventana al futuro y te permita vislumbrar lo que llegarán a ser. Él te ayudará a enfocar la situación con optimismo y esperanza. Dado que los hijos son un reflejo de los padres, es muy fácil descorazonarse y sentir que uno ha fracasado cuando uno o varios de ellos flaquean en algún aspecto. Lo que no hay que olvidar es que ellos constituyen una obra en curso, igual que nosotros. Lo único que Dios espera de nosotros es que pongamos todo de nuestra parte, que les prodiguemos amor y que dejemos lo demás en Sus manos. Claro que eso no es pretexto para desesperarse y arrojar la toalla en cuanto las cosas se pongan difíciles, pasándole la pelota a Dios. Seguramente la solución que Él tiene requiere nuestra participación activa. Conviene preguntarle qué quiere que hagamos y llevar a la práctica lo que nos indique. De ahí no nos queda más que encomendarle lo que falte, dejar que Él se encargue de lo que está fuera de nuestro alcance. Una Familia Unida El mayor Descubrimiento que podemos hacer en la vida es que todos tenemos acceso a una estrecha relación con el Padre celestial a través de Su Hijo Jesús. Con esa conexión, todo lo demás queda a nuestro alcance. Entablar dicha relación no sólo es factible, sino increíblemente fácil: basta con hacer una breve oración: «Jesús, te necesito. Ven a mi corazón y hazte presente en mi vida. Perdóname mis pecados. Te pido que seas mi Salvador, mi eterno compañero, mi consejero, mi firme amparo. Amén». Para los que somos padres de familia solo hay una cosa más extraordinaria que establecer nosotros mismos esa íntima relación con Dios: saber que también está al alcance de nuestros hijos. «Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos» (Hechos 2:39). Las familias cuyos integrantes tienen en común esa conexión con Dios, que la Biblia llama sencillamente amor (1 Juan 4:8), están más unidas, tienen menos conflictos graves, y en cambio más cariño y afecto. ¿A qué responde eso? A que tienen en común lo primordial: además de tener criterios muy claros con respecto al bien y al mal, disponen de la orientación y el apoyo que necesitan para tomar buenas resoluciones y cumplirlas. Cuando surgen conflictos o disgustos, basta con elevar una plegaria para obtener soluciones prácticas y auxilio del Cielo. Si deseas que tu familia se enriquezca espiritualmente, conéctate con Jesús. Así todos crecerán en amor y vivirán más unidos. Tomado del revista Conectate. Usado con permiso. Fomenta una buena relación. Dedica tiempo a hablar con tu hijo, aunque sea muy chiquito (cuando ya sepa hablar, claro). Esa comunicación frecuente le indica que te interesa, que estás dispuesta a escuchar lo que dice y les dará más unidad, pues la comunicación ayuda a comprenderse mejor. Dedica tiempo a explicar las cosas. El niño aceptará más fácilmente la disciplina si conoce tu posición sobre cierto tema. Cuando un niño se enoja y llora o grita mucho, tal vez sea porque está frustrado y siente que la única forma en que lo comprenden es actuando así. En la medida de lo posible, ve despacio y dedica tiempo a explicarle las cosas. (Eso es muy importante cuando se trata de niños pequeños que están aprendiendo a hablar, pero también se aplica a todos los niños en general.) Fíjate en lo que hace bien. Elogiar el buen comportamiento es tan importante o aún más que corregir la mala conducta. No pases por alto su buen comportamiento y elógialo. Haz énfasis en el comportamiento. No le digas al niño que es malo, sino que lo que hizo está mal. (Eso evitará que sufra de baja autoestima.) Concluye con una nota positiva. Cuando corrijas a un niño, trata siempre de finalizar la conversación con una nota positiva. Termina con un tono feliz y dile que lo quieres mucho, que es un tesoro para ti y estás muy contento de tenerlo. Eso lo animará y le recordará que a pesar de que lo corrijas, tu amor por él no ha cambiado en absoluto y sigue siendo el mismo. Los padres que se preocupan de los progresos que hacen sus hijos en cada etapa de su desarrollo —como es el caso de la mayoría— deben tomar conciencia de lo importante que es la imagen que éstos tengan de sí mismos. En efecto, los que tienen una impresión favorable de sí mismos, que se consideran capaces de sacar buen puntaje en la escuela de la vida, tienen muchas más posibilidades de lograrlo.
Es en el hogar donde una persona se forma su primer concepto de sí misma y de su capacidad. Todos los días los padres tenemos ocasión de reforzar la confianza en sí mismos de nuestros hijos, lo que con el tiempo redundará en que lleguen a ser personas bien adaptadas y equilibradas. Resolución de problemas Los padres muchas veces se sorprenden de lo hábiles y recursivos que son sus hijos para resolver sus propias dificultades; basta con ofrecerles un poco de orientación. Todos los chicos se enfrentan a situaciones complicadas: es parte integral de su desarrollo. Encarando esos retos adquieren experiencia en la resolución de problemas, un elemento esencial para tener éxito en la vida. Aunque requiere tiempo y paciencia ir guiándolos para que aprendan a salir de los aprietos por sus propios medios, es una excelente inversión que da grandes dividendos cuando crecen y se ven en situaciones más complejas en las que hay mucho más en juego. Así y todo, los padres somos muy proclives a intervenir para sacar a nuestros hijos rápidamente de los apuros o facilitarles las soluciones. Puede que eso sea satisfactorio en el momento, pero entorpece el proceso de aprendizaje. Viene a cuento el dicho: «Quien recibe un pez como limosna volverá a tener hambre, pero no quien aprenda a pescar». Enseñar a los hijos a superar obstáculos resulta a la larga más importante y beneficioso que darles las soluciones en bandeja. Además, así uno les manifiesta que tiene fe en ellos, lo que aumenta su autoestima y seguridad en sí mismos. Inseguridad Independientemente de cuánto amemos a nuestros hijos y cuánto nos esmeremos en satisfacer sus necesidades, siempre surgirán situaciones que los hagan sentirse inseguros. En muchos casos esa inseguridad deriva en problemas de conducta. Aunque es preciso corregir la mala conducta, si los padres no entienden qué la indujo, el correctivo puede ser más perjudicial que otra cosa. ¿Fue la mala conducta consecuencia del deseo innato que tienen los chicos de experimentar, una travesura que en el momento parecía inocente o divertida? ¿O fue motivada por la inseguridad, por el ansia de sentirse aceptado, impresionar o ganar amigos, por ejemplo después de mudarse a un nuevo vecindario o cambiar de colegio? La mala conducta no es más que un síntoma. Limitarse a aplicar una medida disciplinaria es pretender eliminar una mala hierba cortándole el tallo: tarde o temprano reaparecerá. Es preciso que los padres determinen la raíz del asunto, la causa subyacente, y se aboquen a resolverla. Hay que ayudar al chico a llegar a sus propias conclusiones, siempre teniendo en cuenta su edad y madurez y abordando el conflicto desde un ángulo positivo, es decir, concentrándose en las soluciones y no en los problemas. Puede que eso no sea fácil cuando los ánimos están caldeados, pero recordemos que el objetivo es remediar lo que anda mal, no castigar. Al establecer una clara distinción entre el problema y el menor, y luego motivar a éste a aprender de lo sucedido, es posible mejorar su valoración de sí mismo en lugar de socavarla, aun en situaciones de tinte irremediablemente negativo. No todos se portan mal cuando se sienten inseguros; algunos se retraen o rinden por debajo de su capacidad. De todos modos, independientemente de cómo se manifieste la inseguridad, el primer paso para rectificar el problema es reconocerlo; y el segundo, buscar la causa del mismo con un enfoque positivo. Tomado d |
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